Caracas fuerza los límites: se ama y se odia sin trámites, y en ese trance sus habitantes aman y odian su propio reflejo, aun sin saberlo. La ciudad es lo que es su ciudadanía y cada una porta a su tiempo la impronta de la otra. Frente a la diáspora venezolana que huye de "este país" denigrando de él como de un accidente ajeno, y que tiene en Caracas la vitrina de todos sus ángeles y demonios, Héctor Torres vuelve a urgar en el tejido menos tangible de la ciudad intentando descifrar esa suerte de código "sociogenético" que el venezolano promedio exhibe como identidad o marca ciudadana. Entre crónicas y reflexiones, "Objetos no declarados" compendia disecciones del tramado escénico de la capital que son el complemento liminar de la urbe registrada en "Caracas muerde". Cartógrafo de conductas, taxonomista del bestiario urbano, Torres observa con ojos de explorador lo que no todos saben ver y comparte su íntima radiografía de la ciudad con esa sabiduría sencilla que alterna el rigor y la indulgencia. De su arduo trajinar por Caracas, sucursal del cielo o del infierno, el cronista no vacila en su convicción: la ciudad, como el país, es lo que sus habitantes hicieron de ella y así la llevan consigo en su equipaje, sin notarlo, dondequiera que acontezca su jornada, cual objeto no declarado en las aduanas del destierro.